Si, Venezuela hoy es, para mi, la hoguera de las contradicciones. Así como en la película basada en la novela de Tom Wolf, “La hoguera de las vanidades”, en paralelo a la suerte del país caribeño corren muchos interesados en su propia suerte.
Sin apelar a ningún extremo, y tratando de no cruzar a ningún dogma en el camino, podríamos tratar de ver y razonar algunas de esas tantas contradicciones.
Empecemos por la mas sencilla. ¿Venezuela es una democracia, una república representativa?
Si. En los papeles es una república democrática. Hay estados nacional, provincial y municipal, con sus correspondientes elecciones.
¿Pero es el gobierno de Venezuela democrático?
Desde mi punto de vista, no. No encuentro la manera de considerar democrático a un gobierno con una altísima duda en su legitimidad, con una inmensa y sólida falencia en la transparencia del comicio por el cual fue elegido, demostrada en la frase del propio presidente diciendo que a los 900 mil que no fueron a votarlo “ya los tenemos identificados, con cédula de identidad y todo”
¿Acaso alcanza con haber recibido la mayor cantidad de votos, aunque dejemos de lado la legitimidad de los mismos, para ser democrático?
Tampoco creo que sea así. Empezando con Hitler, quien en 1923 quiso dar un golpe de estado, falló, fue encarcelado y retomó su intento de hacerse con el poder por la vía del voto, lo cual consiguió en 1933, aunque con algunas ayuditas, como la de haber sido previamente nombrado canciller por el presidente, recibir apoyo de otros partidos nacionalistas y encarcelar opositores.
O también podemos citar el mas reciente caso, el de Viktor Yanukovich, elegido presidente de Ucrania por el 52% de los votos en 2009 y que tuvo que ser destituido por el parlamento tras una cuasi guerra civil que se cobró 77 vidas.
Pero, por el otro lado, muchos de los que resaltan la institucionalidad, basados en el argumento de los votos recibidos, son defensores fervientes de gobiernos como el de Cuba, que no llegó al poder por la vía electoral y que tampoco ha sido refrendado de esa manera. Al menos, en elecciones donde se pudieran presentar candidatos opositores, claro está.
O, también tenemos el caso de nuestro propio país, donde ser oposición y pedir la renuncia de un presidente surgido de elecciones libres, cuando la situación económica y social es caótica, es un ejercicio de la democracia, una suerte de “plebiscito popular”, pero donde ese mismo grupo, al pasar a ser oficialismo, pregona que cualquier movimiento en el mismo sentido es golpista y destituyente.
Recordando, además, que el 99% de los políticos son extremadamente hipócritas cuando se arrogan el poder por el voto pero ni de casualidad reglamentan la revocatoria de mandato, algo que consideran como pegarse un tiro en el pie.
¿Que puede ser usado, entonces, como argumento para declarar como válidas la institucionalidad y la democracia?
Para empezar, habría que detenerse en la definición de la propia palabra democracia, que es “el gobierno del pueblo”. Que, como ya sabemos, se produce por medio de la representación ya que sería, en la práctica, imposible que el 100% de la población ejerciera el gobierno.
Ahora, en vista de esta definición, deberíamos considerar democracia al gobierno que cumple con esa representación y se basa en los estándares mínimos de una república, lo que sería un orden legal, igual para todos, y con el respeto pleno a los derechos humanos establecidos en la Declaración Universal de la ONU.
Entonces, para legitimar la institucionalidad y la democracia, mas allá de los votos, que son periódicos, debería considerarse el comportamiento de tal gobierno. Y ahí es donde mas patina el progresismo justificador, ese que vive con la frase “bueno, si, pero …” en la punta de la lengua. Si, también el que dice “bueno, no, pero …” o el que intenta balancear las cagadas: “pero hay que reconocer que también se hicieron cosas buenas”.
Algo que hay que recordar siempre: no importa que no haya ni una sola evidencia mostrable, cuando se pone en riesgo un gobierno autotitulado revolucionario, popular o progresista, siempre es por una confabulación de fuerzas opositoras y corporativas.
No importa si ese gobierno tiene la suma del poder público, controla el Congreso y tiene a toda la justicia adicta, maneja a gusto y placer los tribunales electorales e interviene directamente en el recuento de los comicios, dispone totalmente de los recursos de la seguridad policial y hasta de las fuerzas armadas para reprimir, no contentos con esto además fomenta y mantiene grupos para-policiales armados, usa la prensa adicta y censura a la prensa independiente y opositora … siempre habrá una fuerza extraordinaria de una indeterminada e inidentificada cantidad de personas capaces de torcerles la voluntad y voltearlos.
Ah, y eso si, tampoco importa que los reclamos vayan desde el aumento de la inseguridad hasta límites inmanejables o que no consigas siquiera un rollo de papel higiénico para comprar. La culpa es siempre de otro.
Un ejemplo que cae como anillo al dedo: ¿Vieron la última devaluación en Argentina? Bueno, el gobierno no quería devaluar, pero a pesar de tener el control económico y político, se vieron obligados … por las corporaciones 😉 (aflojen, che, que es probable que nos vean como boludos, pero no que lo seamos.)
Hoy en Venezuela se habla de golpe de estado, pero es el gobierno el que manda a detener opositores, el que balea por la espalda a los ciudadanos y el que hace gala de poder en discursos amenazantes, pero que al darse cuenta que ni el terror de las persecuciones nocturnas hacen mella en los integrantes de las protestas, termina convoncando al diálogo mientras un coro de chupaculos consuetudinarios graznan consignas como “¿no era que este gobierno no dialogaba?”. El famoso síndrome del Chavo del 8, “al cabo que ni quería”.
Entonces, en vista de todo esto … ¿de que democracia e institucionalidad basada en el respaldo popular hablamos?
¿En esa que durante 2 años le permitió a mucha gente gastar a quienes no pensaban como ellos al grito de “que la sigan chupando los cipayos golpistas” y 2 años después no encuentran la forma de sacarse la tan chupada del culo?
¿O de una que no necesite apelar a la paranoia del golpismo, que no necesite expulsar periodistas, que no apele al palito de abollar ideologías (o cosas peores), que no intente culpar siempre a entes incorpóreos por las metidas de pata, que no requiera de sacar canales de las grillas o cortar los enlaces de internet?
La institucionalidad de un gobierno, en mi modesto entender, no está dado solo por la forma en que accede al manejo de las instituciones, sino que sobre la base del acceso lícito, también las siga usando de manera lícita.
La utilización ilícita del gobierno, de la justicia, del congreso, o de los entes de control o represión del Estado, implica que se ha violado la voluntad popular. La siguiente violación a la voluntad popular se produce cuando se la discrimina por lo que dice si no es del agrado del gobernante.
Venezuela ha dado pasto para que mucho burro crea que el voto es justificador de cualquier cosa.
Y lo peor de esto es que terminamos viendo, muy cerca nuestro, a personas que se jactan de ser progresistas y que, por sus dichos, no tendrían ningún prurito en mandarnos a encarcelar o en ordenar a sus fuerzas de seguridad que nos metan un tiro si un día tenemos que salir a manifestarnos para que se den cuenta que se desviaron de su pretendida democracia, de su progresismo, de sus banderas de derechos humanos que dicen levantar.
Y eso, les aseguro, provoca desazón. Al menos a mi, claro. Uds. están en libertad de sentir y expresar lo que gusten. Que eso, en definitiva, es lo único importante.
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