Son los que se cumplen durante este mes de Junio del movimiento de Reforma Universitaria que se inició en Córdoba y que, con ciertos altibajos, fue la semilla que permitió sacar a los monopolios clericales del saber y abrir las Universidades al pueblo, basada en la modernización cientÃfica, la gratuidad, el cogobierno y la autonomÃa universitaria.
De su proclama, el Manifiesto Liminar, quiero extraer algunos párrafos que, si cambiáramos algunas palabras referidas a la universidad, pasarÃa sin problemas por un análisis polÃtico de actualidad.
Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el paÃs una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
Nuestro régimen universitario –aun el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sà mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olÃmpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanÃa, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
El espectáculo que ofrecÃa la asamblea universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecÃa asegurarse el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraÃdo por los intereses de la Universidad. Otros –los más- en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la CompañÃa de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión la que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad!. ¡Religión para vencidos o para esclavos!). Se habÃa obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creÃa haber conquistado una garantÃa y de la garantÃa se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habÃan preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habrÃa comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayorÃa expresaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplÃa y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranÃa de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoÃstas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes. Palabras llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadanos de una democracia universitaria!.
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